sábado, 20 de agosto de 2011

Daniel Baremboim

Por Leiter

Pianista, director de orquesta, comunicador, educador, conferenciante, divulgador, políticamente comprometido... La versátil personalidad de Daniel Barenboim le sitúa como una, o tal vez la máxima, figura mundial de la interpretación musical de la actualidad y como uno de los más destacados embajadores culturales de nuestro tiempo. Admirado por casi todos, no obstante Barenboim ha sabido dar de lado a aquellos escrupulosos e insolentes críticos que no admiten el claro compromiso del músico israelí-palestino-argentino-español con los proyectos musicales encaminados a buscar un entendimiento entre todas las gentes enfrentadas en el mundo. Barenboim fue el primero en atreverse a programar música de Wagner en Israel y también es uno de los directores más apreciados en los santuarios de Bayreuth y Berlín. Para él, la música es un poderoso instrumento de transmisión y comunicación que fundamentalmente ha de servir para unir pero nunca para dividir. La creación de la Orquesta Diwan Este-Oeste, formada por jóvenes músicos israelíes, palestinos y españoles, es una buena muestra de su elogioso compromiso. Pero además de todo eso, Barenboim se ha destacado siempre por un exquisito gusto musical con el que impregna todas las obras a ejecutar, ya sea desde el podio o sentado frente al piano.
 Daniel Barenboim nació el 15 de noviembre de 1942 en Buenos Aires, Argentina. Su padre, Enrique Barenboim, era un prestigioso educador musical que incluso llegó a ser profesor en la Academia de Viena. De él recibió el pequeño Daniel sus primeras nociones musicales y los progresos llegaron a ser tan espectaculares que con apenas siete años llegó a debutar en público con un programa compuesto por sonatas de Beethoven. En 1952, toda la familia se trasladó a Israel -- los padres eran judíos de ascendencia rusa -- aunque, durante el trayecto, hicieron una parada en Salzburgo y Viena, ciudad en donde el joven Daniel tocó para Furtwängler causando la elogiosa admiración del mítico director germano. Ese mismo año Barenboim actuó en Roma y un año más tarde ganó el primer premio del Concurso de la Fundación Cultural Americano-Israelí, lo que le facultó mediante una beca para estudiar en París armonía y composición con Nadia Boulanger. Allí también tuvo la oportunidad de asistir a algunas clases magistrales impartidas por Alfred Cortot. En 1955, y habiendo ya grabado su primer disco -- con doce años de edad -- se presentó en París con la Orquesta del Conservatorio dirigida por André Cluytens. Ese mismo año se matricula en la Academia de Santa Cecilia de Roma, siendo el alumno más joven en ser aceptado hasta ese momento, y un año después, en 1956, logra el primer galardón en el Concurso Alfredo Casella de Nápoles. La carrera del joven pianista resulta imparable y ese mismo año de 1956 consigue debutar en Londres bajo la dirección de Josef Krips y un año más tarde en Nueva York acompañado de Leopold Stokowski. En 1958 Barenboim realizó una gira de dos meses por Australia y al año siguiente se presentó en varias ciudades españolas con unos programas de extraordinaria dificultad técnica e interpretativa. En 1960 -- recordemos que Barenboim en esa fecha tenía sólo 18 años de edad -- interpreta el ciclo completo de las 32 sonatas de Beethoven en Israel y un año después aborda el mismo género de Mozart. Su repertorio parece no tener límites y ya en 1962 Barenboim apareció interpretando obras de Bartok y de Alban Berg.
 Si Barenboim fue un auténtico prodigio como pianista novel, sus comienzos como director de orquesta fueron también del todo precoces y así debutó como director y solista en la English Chamber Orchestra en 1963, tocando y dirigiendo varios conciertos de Mozart. Fue también en Londres, durante la Nochebuena de 1965, cuando conoció a la violoncelista Jacqueline du Pré. Ambos tocaron algunas piezas de Beethoven y Brahms y el entendimiento mutuo fue tal que causó el asombro de los testigos presentes. Tres meses después debutaron en público en Londres, con Barenboim como pianista y posteriormente como director. El 15 de junio de 1966, tres días después de finalizar la Guerra de los Seis Días, la pareja contrajo matrimonio en Israel y para celebrar dicho acontecimiento tocaron una serie de conciertos en Tel-Aviv. Días más tarde, la nueva pareja partió hacia Marbella para celebrar su luna de miel en la residencia que allí tenía Artur Rubinstein. Tras este episodio, la carrera de Daniel Barenboim como pianista y director de orquesta resultaba fulgurante: Como pianista debutó en 1966 en el Festival de Salzburgo bajo la batuta de Zubin Mehta y más tarde con Karl Böhm. Como director, en 1967 debutó al frente de la New Philharmonia Orchestra, en 1968 con la Sinfónica de Londres, en 1969 con la Filarmónica de Berlín y en 1970 con la Filarmónica de Nueva York y con la Sinfónica de Chicago... La actividad de Barenboim resultó tan frenética en aquellos años que en Inglaterra se le apodó con el nombre de Mr. Music. Todas estas actividades musicales discurrían en paralelo con una incesante actividad discográfica realizada para el sello EMI.
 En 1972 Barenboim sufrió posiblemente el más duro golpe de su vida: Su mujer Jacqueline, con sólo 26 años, contrajo una enfermedad incurable en forma de esclerosis múltiple que la obligó a abandonar cualquier actividad concertística. La maravillosa experiencia de hacer música juntos se volvió imposible y la exultante felicidad de su matrimonio se tornó en dolor. Muchos proyectos musicales se quedaron en el tintero y Barenboim se volcó en todo momento con Jacqueline, a quien no dejaba de visitar en Londres cuando su agenda así se lo permitía. La terrible enfermedad de Jacqueline fue agudizándose hasta dejarla en una silla de ruedas y llevarla finalmente a la muerte el 19 de octubre de 1987. Un año después Barenboim se casó con la pianista rusa Elena Bashkirova.
 En 1972 Barenboim debutó como director de ópera en Edimburgo con Cossì fan tutte de Mozart. Aunque en un principio se mostró poco dispuesto a dirigir música de Wagner, en 1978 dirigió en Berlín El holandés errante y aquella experiencia significó el principio de una gran trayectoria como director wagneriano. Desde entonces fue un director permanentemente invitado en Bayreuth tras su debut allí en 1981 y dirigió con regularidad en el santuario wagneriano hasta 1999. Para muchos especialistas, las actuaciones de Barenboim en Bayreuth han significado su cima como director de orquesta. Por otra parte, en 1975 Barenboim fue nombrado director titular de la Orquesta de París, una formación que, pese a haber sido dirigida previamente por Munch, Karajan y Solti, no acababa de dar el salto de calidad necesario. Cuando en junio de 1989 Barenboim dio por finalizada su labor, la Orquesta de París se había convertido en una de las mejores de Europa. También en ese año Barenboim parecía destinado a dirigir la flamante y recién estrenada Ópera de la Bastilla de París, inaugurada para conmemorar el segundo centenario de la Revolución Francesa. Cuando todo parecía ya cerrado, una discrepancia sobre los honorarios dio al traste con un acuerdo final y Barenboim renunció al puesto. Quizás tuvo algo que ver en este episodio el nuevo compromiso que Barenboim firmó también en 1989 como director titular de una de las más prestigiosas orquestas del mundo, la Sinfónica de Chicago, función que comenzaría en 1991 al suceder a Georg Solti. Se mantuvo al frente de dicha formación hasta el año 2006 y los resultados artísticos de tan larga colaboración fueron realmente excepcionales. Desde 1992 Barenboim también es el director de la Ópera Estatal de Berlín y actúa casi de facto como director invitado de la Orquesta Filarmónica de Berlín. De hecho, su nombre llegó a sonar insistentemente en 2002 como posible candidato para sustituir a Claudio Abbado, aunque al final dicho honor recayó en Sir Simon Rattle. En 1999 Barenboim se encargó de constituir la Orquesta Diwan Este-Oeste, formación integrada por jóvenes palestinos, israelíes y españoles que suele reunirse durante los veranos, y en 2002 le fue concedida la nacionalidad española y el Premio Príncipe de Asturias por la Concordia. En 2008 Barenboim debutó por fin en el Metropolitan de Nueva York dirigiendo una ópera de Wagner y unos días después ofreció allí mismo un recital para piano, circunstancia que no se daba en dicho escenario desde 1986 con un recital ejecutado por Vladimir Horowitz. En 2009 Barenboim dirigió el tradicional Concierto de Año Nuevo con la Filarmónica de Viena, formación con la que ha venido colaborando estrechamente sólo a partir de los últimos años. En la actualidad, Barenboim prosigue con su incesante actividad musical, si bien más centrada en la dirección orquestal que en los conciertos y recitales pianísticos.
 Antes de cumplir los veinte años Barenboim ya era considerado como uno de los grandes intérpretes del piano. Un aspecto fundamental para constatar esta aseveración viene dado por la exquisita elegancia que desde siempre ha tenido el músico israelí para embellecer sus interpretaciones. Al igual que Rubinstein, Barenboim sabe extraer bellísimas sonoridades del piano al tiempo que se apoya en una técnica realmente sobresaliente, aunque quizás ese no sea el punto más fuerte de su concepción global como pianista. Intérprete romántico por excelencia, las lecturas de Beethoven, Brahms y Mozart suponen el punto más alto de su repertorio, sin desdeñar por ello a autores como Albéniz, Bartok o Liszt. En ocasiones se le ha reprochado, empero, un cierto edulcoramiento romanticista a sus lecturas mozartianas, algo que si bien no deja de ser cierto, también delata un estilo interpretativo conforme a la moda de la época en que llevó a cabo sus registros integrales de conciertos y sonatas. Con todo, sus versiones de los conciertos mozartianos junto a la English Chamber Orchestra revelan a un intérprete que combina la frescura y la transparencia con una gran elocuencia dramática. La bellísima elegancia en el fraseo con que acomete Barenboim estas obras le sitúan como uno de los máximos referentes de la interpretación mozartiana.
 La enorme facilidad que Daniel Barenboim demuestra para tocar el piano, aún casi sin tiempo para practicar, ha desconcertado a muchos de sus colegas obligados a hacerlo asidua e insistentemente. Según palabras del propio Barenboim, esta soltura es consecuencia de haber recibido una enseñanza especialmente notable, sensata, racional y consciente. Barenboim puede tocar o dirigir durante doce horas diarias entre ensayos, grabaciones y conciertos, y eso mismo es lo que requiere para mantenerse en forma. Evita realizar ejercicios de teclado y jamás se ha obsesionado por la perfección mecánica. Para Barenboim, aquellos pianistas que priorizan la mecánica por encima de todo suelen tocar nerviosos y crispados, y eso repercute negativamente en la lectura general de la obra. De un tiempo a esta parte, la actividad pianística de Barenboim se ha visto reducida en virtud a sus numerosos compromisos como director de orquesta. Con el paso de los años, algunos de sus conciertos y recitales adolecen de un punto ineludible de decadencia técnica que provoca que algunos pasajes se escuchen emborronados de notas sostenidas en pedal y con una absoluta falta de claridad estructural. Por otra parte, en la ejecución de algunas escalas complicadas se le suele resbalar algún dedo que afea el discurso. Quizás por todo ello Barenboim ha decidido reducir al máximo sus compromisos pianísticos en la actualidad. Pero en honor a la verdad, Barenboim sigue conservando una innata musicalidad que logra en ocasiones crear efectos absolutamente inigualables en sus lecturas pianísticas.
 Barenboim debutó empuñando la batuta a los veinte años y hoy en día es casi más conocido por su faceta de director de orquesta que por la de pianista. Su estilo de dirección trata de conjugar la expresividad de las sensaciones con un concepto totalmente subjetivo y personalista a la hora de leer las partituras. Siempre se le ha criticado que no ha sido capaz de extraer de las orquestas el bellísimo sonido que logra con el piano, aunque estos reproches se han ido pulcramente limando con el tiempo. En efecto, Barenboim es un director de orquesta que ha desarrollado su carrera con mucha menos facilidad que en su versión como pianista. Ha sabido aprender de sus errores iniciales -- ejecuciones al principio muy inmaduras de autores como Bruckner o Mahler -- y paulatinamente ha ido cincelando un estilo depurado y brillante que quizás contrasta con una gesticulación poco impetuosa y en absoluto estética de cara al público. En ocasiones, Barenboim se queda parado frente a la orquesta como si fuera un espectador más y sólo agita la batuta para subrayar algún pasaje de interés. Esta aparente indolencia delata, sin embargo, un concienzudo trabajo en los ensayos y una gran confianza en el instrumento colectivo que tiene a su frente. Excelente comunicador, Barenboim es un director muy apreciado por los colectivos orquestales y en consecuencia es constantemente requerido por las mejores orquestas del panorama musical internacional. Sin ser el mejor director de orquesta de la actualidad, su figura sigue encarnando a un eterno adolescente romántico que habría que inventar de no haber existido.
 Mi primer contacto de los tres que he tenido hasta el presente con Daniel Barenboim se produjo en la primavera de 1985. Luego de ofrecer un inolvidable recital en el Teatro Real de Madrid y gracias a los oficios de su representante en España, pude durante más de media hora compartir tertulia con Barenboim y otras personas en el salón de un conocido hotel madrileño. Comprobé como Barenboim era un hombre tranquilo, de hablar pausado y absolutamente generoso a la hora de ser interpelado sobre sus colegas. Pero lo que más me llamó la atención de Barenboim fue su extraordinaria capacidad cultural para tratar y exponer cualquier tema que saliera a colación. Este hombre, aparte de sus cualidades como músico, atesora una inteligencia y un nivel cultural difícil de igualar. Escucharle es toda una experiencia porque uno siempre acaba aprendiendo algo. Por otra parte, y esto me lo confirmó su representante, Barenboim me pareció una persona del todo bondadosa y honesta. Un tipo realmente admirable en cualquier sentido.


Apreciemos una de sus interpretaciones:  Johan Sebastian Bach
Clave bien temperado libro I, Fuga n°4 e Do sostenido menor


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